En cuanto a diferencias esqueléticas específicas, la caja torácica femenina es más reducida, lo que limita el volumen torácico y, por consiguiente, la capacidad pulmonar, en comparación con los hombres de proporciones corporales equivalentes. Este aspecto incide directamente en la capacidad ventilatoria, dada la restricción espacial para la expansión y el llenado pulmonar. Además, el tamaño compacto de la caja torácica influye en la mecánica muscular de la zona, donde la configuración del esternón en los hombres favorece una producción de fuerza superior.
La pelvis de la mujer también presenta diferencias notables, siendo más amplia y espaciosa, una adaptación evolutiva pensada para la maternidad. La separación de los huesos iliacos y una silueta más ovalada se contrastan con la pelvis más angosta y de contorno más acorazonado del hombre. Esta variación no solo es determinante durante el embarazo, sino que también afecta la biomecánica de caminar y correr, alterando la orientación del fémur y el movimiento pélvico.
Ángulo “Q”
Descrito por la línea que une la espina iliaca anterosuperior con el centro de la rótula, y otra que se extiende desde este punto hasta la tuberosidad tibial, es más acentuado en mujeres, lo que lleva a un valgo de rodilla más marcado. Este detalle, sumado a un fémur proporcionalmente más corto, aumenta la susceptibilidad femenina a lesiones de rodilla por una mayor inestabilidad articular.
- Resaltar estas diferencias esqueléticas es vital para la personalización efectiva de programas de entrenamiento y estrategias preventivas de lesiones respetando las singularidades estructurales y biomecánicas de cada sexo.
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